No basta amarlos

Para profundizar después del 3er. encuentro

El Mensaje del Rector Mayor en el año 2013
(otro fragmento)

 


Don Bosco siempre tuvo muy claro que su misión era formar buenos cristianos y honestos ciudadanos. Su preocupación por el protagonismo positivo y constructivo de sus jóvenes en la sociedad de su tiempo fue muy fuerte. El Rector Mayor nos invita hoy a un relanzamiento del ‘honrado ciudadano’ y del ‘buen cristiano’. Don Pascual Chavez afirma:

“En un mundo profundamente cambiado respecto del que existía en el siglo XIX, realizar la caridad según criterios estrechos, locales, pragmáticos (y aquí debemos reconocer que Don Bosco no estaba indudablemente en condiciones de hacer más de lo que hizo), olvidando las dimensiones más amplias del bien común, nacional y mundial, sería una grave laguna de orden sociológico y también teológico. La maduración ética de la conciencia contemporánea ha encontrado, en efecto, los límites de un proteccionismo asistencial que, olvidando la dimensión política del subdesarrollo, no logra influir positivamente sobre las causas de la miseria, sobre las estructuras de pecado de las que brota un contexto social siempre denunciado por todos. Concebir la caridad sólo como limosna, ayuda de urgencia, significa arriesgarse a moverse en el ámbito de un «falso samaritanismo» que, más allá de las buenas intenciones, acaba a veces por convertirse en una expresión de solidaridad decadente, porque puede colaborar con modelos de desarrollo que apuntan al bienestar de algunos, dorando la amarga píldora para los demás.

Recordemos que en el post-Concilio las palabras «pobreza de la Iglesia» e «Iglesia de los pobres» tuvieron muchos rostros, aun contradictorios y, sin embargo, debemos recordar también que el evangelio no lo hemos inventado nosotros, como tampoco hemos inventado su trágico choque con la política y la economía. La fe toca a la historia, sin reducirse a ella. Si el amor del prójimo no es todo el mensaje cristiano, ¿se puede tal vez negar que es central y esencial?

Se ha dicho y escrito que, frente al Estado moderno que ha asumido la tutela y la asistencia social de los ciudadanos, la Iglesia no tenía ya aquel espacio de intervención en el plano de la caridad y de la asistencia que tenía en el pasado. La realidad que hoy vivimos desmiente esa hipótesis que había nutrido las ideologías laicistas y estatistas. La Iglesia vuelve con muchísima frecuencia a ser punto de referencia también en el seno del bienestar del estado. Durante muchos años hemos oído decir que la caridad y la asistencia eran instrumentos viejos e inservibles, que no eran ya utilizables en la sociedad moderna y en el estado democrático. Hoy, aun en ambientes laicos, se reconoce la función social del voluntariado cristiano, del llamado tercer sector —sin ánimo de lucro— de las iniciativas que parten de las parroquias, de las asociaciones, de las instituciones, de las iglesias locales…

Ahora bien, el hecho de que miles de millones personas están viviendo hoy en condiciones muy distantes de aquella «civilización del amor», auspiciada por el papa Pablo VI y remachada por sus sucesores, ¿puede encontrar en nosotros «una respuesta específica» en el recurso a la fórmula de Don Bosco del «honrado ciudadano y buen cristiano»?

Con referencia al «honrado ciudadano», se nos plantea una reflexión profunda. Ante todo, en la esfera especulativa, debe extender su consideración a todos los contenidos relativos al tema de la promoción humana, juvenil, popular prestando, al mismo tiempo, atención a las diferentes y cualificadas consideraciones filosófico-antropológicas, teológicas, científicas, históricas y metodológicas pertinentes. Esta reflexión se debe además concretar en el plano de la experiencia y de la reflexión operativa de cada uno y de las comunidades. Querría aquí recordar que, para los Salesianos de Don Bosco, un Capítulo General de gran relieve, el CG 23, había señalado como importantes lugares y objetivos de la educación la «dimensión social de la caridad» y «la educación de los jóvenes en el compromiso y en la participación en la política«, «ámbito un poco descuidado y desconocido por nosotros» (Cf, CG 23, núms. 203-210-212-214).

Si por una parte comprendemos la opción de Don Bosco de no hacer más que «la política del Padrenuestro», por otra debemos también preguntarnos en qué medida su opción inicial de una educación entendida en sentido estricto, y la consiguiente praxis de sus educadores de excluir de la vida propia la «política», ha condicionado y limitado la importante dimensión socio-política en la formación de los educandos. Además las dificultades objetivas creadas por diferentes regímenes políticos con los que Don Bosco tuvo que convivir ¿no han contribuido acaso también a formar educadores propensos al conformismo, al aislamiento, con una insuficiente cultura y un escaso conocimiento del contexto histórico-social?

Deberemos por tanto avanzar en la dirección de una revalidación actualizada de la «opción socio-política-educativa» de Don Bosco. Esto no significa promover un activismo ideológico, vinculado a opciones políticas particulares de partido, sino a formar en una sensibilidad social y política, que lleva en todo caso a invertir la propia vida como misión por el bien de la comunidad social, con una referencia constante a los inalienables valores humanos y cristianos. Se trata por consiguiente de actuar en la clave de una actuación práctica más coherente en el sector específico. Dicho en otros términos, la reconsideración de la calidad social de la educación —ya inmanente, aunque realizada imperfectamente, en la opción juvenil fundamental, también desde el punto de vista de los enunciados y de las fórmulas— debería incentivar la creación de experiencias explícitas de compromiso social en el sentido más amplio. Pero esto supone también un compromiso teórico y vital especial, inspirado en una visión más amplia de la educación misma junto a realismo y concreción. No bastan proclamas y manifiestos. Hacen falta también conceptos teóricos y proyectos concretos para traducirlos en programas bien definidos y articulados.

El que está verdaderamente preocupado por la dimensión educativa trata de influir por medio de los instrumentos políticos, para que se tome en consideración en todos los ámbitos: desde la urbanización y el turismo hasta el deporte y el sistema radiotelevisivo, realidades en las que con frecuencia se privilegian los criterios de mercado.

Preguntémonos: la Congregación Salesiana, la Familia Salesiana, nuestras Inspectorías, grupos y casas ¿están haciendo todo lo posible en esa dirección? Su solidaridad con la juventud ¿es sólo un acto de afecto, gesto de entrega o también aportación de competencia, respuesta racional, adecuada y pertinente a las necesidades de los jóvenes y de las clases sociales más débiles?
(…)
La fidelidad a nuestra misión además, para que sea incisiva, debe estar en contacto con los «nudos» de la cultura de hoy, con las matrices de la mentalidad y de los comportamientos actuales. Estamos frente a retos verdaderamente grandes, que exigen seriedad de análisis, pertinencia de observaciones críticas, confrontación cultural profunda, capacidad de compartir psicológicamente la situación. De acuerdo con esto, vamos a limitarnos a algunas preguntas: 
¿Cuál es nuestra profesionalidad educativo pastoral en la reflexión teórica sobre los itinerarios educativos? Ella encuentra el banco de prueba en la creatividad, ductilidad, flexibilidad y en el anti-fatalismo.
La responsabilidad educativa hoy no puede ser sino colectiva, coral, participada. ¿Cuál es entonces nuestro «punto de engarce» con la «red de relaciones» en el territorio y también más allá del territorio en el que viven nuestros jóvenes? ¿Cuál es nuestra aportación concreta de participación y de colaboración en esa red educativa globalizada? ¿Hemos tomado en consideración las soluciones posibles, confrontándonos también con terceros?
En fin, para educar desde la preventividad, necesitamos asumir también los compromisos de:
-         «Formar «buenos cristianos y honrados ciudadanos» Esta es la intención expresada muchas veces por Don Bosco para indicar todo lo que los jóvenes necesitan para vivir con plenitud su existencia humana y cristiana: vestido, alimento, casa, trabajo, estudio y tiempo libre; alegría, amistad; fe activa, gracia de Dios, camino de santificación; participación, dinamismo, inserción social y eclesial. La experiencia educativa le sugirió un proyecto y un estilo de intervención peculiar, condensados por él mismo en el Sistema Preventivo, que «se apoya todo él sobre la razón, la religión y sobre el cariño». La presencia educativa en lo social comprende estas realidades: la sensibilidad educativa, las políticas educativas, la calidad educativa del vivir social, la cultura.

-         Vivir y transmitir el Humanismo Salesiano. «Para Don Bosco significaba valorar todo lo positivo radicado en la vida de las personas, en las realidades creadas, en los acontecimientos de la historia. Esto le llevaba a captar los auténticos valores presentes en el mundo, especialmente si agradan a los jóvenes; a arraigarse en el flujo de la cultura y del desarrollo humano del propio tiempo, estimulando el bien y negándose a lamentarse de los males; a buscar con sabiduría la cooperación de muchos, convencido de que cada uno tiene dones que deben descubrirse, reconocerse y valorarse; a creer en la fuerza de la educación que sostiene el crecimiento del joven y lo anima a hacerse honrado ciudadano y buen a confiarse siempre y en todas partes a la Providencia de Dios, descubierto y amado como Padre»

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